La Hora, de Juana de Ibarbourou
Tómame ahora que aún es temprano y que llevo dalias nuevas en la mano. Tómame ahora que aún es sombría esta taciturna cabellera mía. Ahora que tengo la carne olorosa y los ojos limpios y la piel de...
View ArticleCanción del esposo soldado, de Miguel Hernandez
He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado el eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo.
View ArticleMas allá del amor, de Octavio Paz
Todo nos amenaza: el tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré, como el machete a la culebra; la conciencia, la transparencia traspasada, la mirada ciega de mirarse mirar; las...
View ArticleEl júbilo se enciende, de Jaime Labastida
La memoria es una piel que tu recuerdo llaga, una herida de torpe geometría, es una carne, un nervio vivos. Lacera memoria donde el fuego es la violenta agua apaciguada.
View ArticleVuelo, de Miguel Hernández
Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto que sea como el pájaro más leve y fugitivo? Hundiendo va este odio reinante todo cuanto quisiera remontarse directamente vivo.
View ArticleQuédate, de Aída Elena Párraga
como se quedan las estrellas prendidas en la nada. Quédate como se queda el olor de la hierba sobre la piel de los que aman.
View ArticleTu mano recoge de mi piel el tiempo…, de Ana María Navales
Tu mano recoge de mi piel el tiempo, incansable borra todo viejo amor y regresa de la caricia como una alondra que se debate en lo oscuro sin encontrar la luz de la mañana
View ArticleEl amor, de Pablo Neruda
Qué tienes, qué tenemos, qué nos pasa? Ay, nuestro amor es una cuerda dura que nos amarra hiriéndonos y si queremos salir de nuestra herida, separarnos, nos hace un nuevo nudo y nos condena a...
View ArticleHoras, de Jaime Labastida
Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos. Suéñame, te digo, como te sueño aquí, hasta que los dos sueños se conviertan en fuego, hasta que mi aliento sea el tuyo, hasta que respiremos cada uno por la...
View ArticleFormas del amor, de Oscar Acosta
Mis manos tocan, niña mía, tu rumorosa piel, tu dulcísima carne que tranquilos ángeles habitan, tu cabellera suave, tu corazón pequeño.
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